La aporía del ciudadano. Hacia un habitar más fuerte que la metrópoli.

Por Leonardo Mastromauro 06/01/2020

Alrededor de los setenta un famoso lingüista analizó la jerarquía entre los términos “ciudadano” y “ciudad”. Si bien terminológicamente la “ciudad” se presenta como un derivado del “ciudadano”, concretamente se ha ido desarrollando otro esquema sociopolítico: la ciudad define al ciudadano. En la metrópolis biopolítica contemporánea, que no es otra cosa sino una estructura compleja de técnicas de gobierno que actúan directamente en los cuerpos, ese proceso se ha ido fortaleciendo en la construcción de estrategias que en cada momento redefinen las tareas y las especificidades de lo que es –o debería ser– un ciudadano. El ciudadano es la ficción que permite a la ciudad seguir gobernando al cuerpo social. Esto resulta aún más verdadero si se toma en cuenta un tercer término que complementa a la articulación entre “ciudadano” y “ciudad”: se trata del término “civil”, que representa el “ser bueno” de un ciudadano.

Un ciudadano no puede ser simple y solamente un mero ciudadano, necesariamente tiene que ser un “ciudadano bueno” para conformarse a las directivas que la ciudad impone en la construcción de la colectividad. El “ser civil” es el atributo que permite articular ciudadano y ciudad, es, por así decirlo, el operador que hace del ciudadano una figura policial constantemente sometida a las voluntades de la ciudad. ¿Cuál es entonces la aporía fundamental que se esconde detrás de la figura político-jurídica del ciudadano? Debería ser claro: el ciudadano es el presupuesto que constituye el mismo sistema que lo “domestica”. El operar –quizás indirecto– de este esquema, puede evidenciarse en el uso de la palabra “dignidad” en las protestas. Si las palabras tienen peso, entonces hay que cuestionarlas. En su etimología, dignus es un atributo que se aplica para referirse a una persona que merece respecto, es decir, la dignidad define un proceso donde son los demás quienes tienen la facultad de juzgar si alguien es digno o no. Por ello, el uso de esa palabra –que no es una mera palabra sino uno statu quo– enmarca un proceso donde todos y todas –en cierta medida– en el acto supuestamente antagónico de pedir dignidad estamos sometiéndonos a la voluntad de un poder mayor, estamos pidiendo que nos reconozcan algo que ya es nuestro atributo intrínseco. Es precisamente por ello que el ciudadano no se dirige en contra de los poderes en cuanto tales (políticos, jurídicos, etc.), sino más bien contra una determinada figura que aquellos asumen en un determinado momento histórico: el problema no reside en las infinitas variables del trabajo, el problema es la categoría de trabajo en sí como paradigma de la organización social; el problema no reside en las infinitas variables del derecho, el problema es el orden jurídico en sí.

En Chile, la colectividad acéfala que constituye la “primera línea” obviamente no puede definirse como una ciudadanía, es otra cosa, y es justo que siga así. Durante una inauguración de un centro vecinal, como resultado de un curioso y maravilloso error, se ocupó la palabra “cuidadano” en vez de ciudadano. Esto permite – quizás – construir un desplazamiento que no hay que subestimar. Si la noción de ciudadano remite a un poder mayor que plasma las tareas del individuo y define su papel dentro de los tejidos de la ciudad, la noción de cuidadano desactiva la dependencia de un poder mayor porque todo se replantea en base a estrategias autonormativas y de mutuo cuidado. Si al ciudadano corresponde la lógica del querer, al cuidadano corresponde más bien la lógica del poder. Si las demandas del ciudadano solo pueden ser remitidas a un poder mayor, la figura del cuidadano anula dicha distancia vertical repensando en la auto-organización desde la perspectiva de lo que el cuerpo social de la cuidadanía concretamente puede hacer; como en el caso de una comunidad brasileña que ha expulsado al narcotráfico y al control policial, para reorganizar autónomamente las redes de servicios, la educación y las viviendas de 25.000 habitantes. El ciudadano pide, el cuidadano habita, y es con eso que tenemos que vérnosla, porque, como dijo alguien, habitar es devenir ingobernables.

 

 

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