El presente libro examina los desplazamientos políticos y filosóficos que ocurren como efecto de las prácticas de experimentación sonora. Estos desplazamientos no pueden ser indiferentes a la filosofía, pues permiten pensarla y transformarla. Sin poder cartografiarla en su amplitud y movimiento, la escucha tendrá que ver cada vez menos con los límites comunes de la experiencia, extraídos principalmente de la tradición visual. Ruidosa, alógica y amusical aunque también suave y melódica, esta experiencia de escucha, para Celedón, asedia las condiciones sonoras de la ciudad y el hábito. Pues es en este punto, en el que lo político nace en lo sensible, donde se aprecia con mayor claridad el potencial de emancipación del sonido. Y es ahí donde la filosofía es desafiada a aprehender la condición de escucha que tal libertad supone. Así, este libro es un esfuerzo por la abertura del encuentro entre experimentación sonora y filosofía hacia otras formas de pensar.
El rock es una actividad dionisíaca. Son el grito, el baile, el canto y el delirio los elementos que definen su tonalidad. Esta última no es otra que la surgida de la embriaguez y su facultad de confundir lo real, de dislocar los planos y alterar el movimiento normal de los sucesos. La embriaguez, en tal sentido, comunica ante todo con el caos, y es la necesidad de disolución lo que está en el origen de toda creación poética: no surge ella sino de la necesidad de ir más allá de los límites, en una cultura (la occidental) que se ha constituido en el temor de lo no determinable. Ahora bien, si planteamos lo anterior en términos ontológicos, habremos de afirmar: la experiencia del rock es experiencia de lo sagrado por cuanto en ella el ser es radicalmente transformado al entrar en contacto con las energías desbordantes y electrificantes que constituyen la vida del mundo. El ser, al fundirse en las emanaciones de lo sagrado resulta, literalmente, electrificado. Se trata, entonces, cuando hablamos del rock, de una relación entre el ser y la electricidad.